Tuve la oportunidad de probar unos macarons que, sin duda, se han convertido en mis favoritos. Desde el primer vistazo, su presentación era impecable: colores suaves, pasteles, con una superficie lisa y ese característico "pie" que delata una buena técnica.
Al probarlos, lo que más me sorprendió fue su textura: delicados por fuera, con una ligera capa crujiente, y un interior suave y húmedo, casi como una nube. Cada sabor estaba perfectamente equilibrado, sin excesos de azúcar, permitiendo que los ingredientes principales brillaran por sí solos.
La frescura era evidente. Nada de esa sensación artificial o empalagosa que a veces se encuentra en versiones comerciales. Estos macarons sabían a recién hechos, como si los hubieran preparado esa misma mañana.
En resumen, una experiencia exquisita. Son el tipo de detalle que transforma un momento cotidiano en algo especial. Perfectos para regalar... o para darte un gusto.